Por Lic. Luis A. Castelli*.-
Es sencillamente impresionante la cantidad de cosas, negocios, servicios, hábitos y comportamientos de todo tipo, que cambiaron para siempre con internet y la revolución de las tecnologías de la información que produjo. Estábamos acostumbrados a que las nuevas tecnologías nos dieran menos de lo que prometían; pero éste no fue el caso, por mucho. En el rubro específico de las noticias menos aún. La red, a través de sus distintos medios, plataformas y aplicaciones, es la manera preferida a través de la cual hoy se informa la mayoría de la población en Argentina, América Latina , y en la mayor parte del mundo.
Desde Altavista, Netscape, Internet Explorer y Yahoo hasta el hoy todopoderoso Google, desde el ICQ hasta Zoom, desde el Ares hasta Spotify, desde Cuevana hasta Netflix, desde Amazon hasta… Amazon, esta R-Evolución viene siendo imparable, se retroalimenta a sí misma y es hoy imposible pensar nada desde lo personal, lo familiar, lo corporativo, lo social y lo político sin tener en cuenta el mundo digital.
La irrupción de las redes sociales, con Facebook a la cabeza a partir de 2005, fue un punto de inflexión, que introdujo profundos cambios en la manera de informarnos. Más tarde, a partir de 2011, el algoritmo de Google, ya a esta altura patrón de nuestras vidas, provocó el salto trascendental, que transformó las búsquedas en internet, aplicando criterios cualitativos, e hizo que en las distintas plataformas se avanzara hacia la visualización de contenidos cada vez más a medida, hiper segmentados y personalizados.
Estos avances, que han transmutado todo, pero en particular nuestra forma de informarnos, y en consecuencia, de pensar y actuar, se han visto reforzados por mecanismos cada vez más poderosos de Inteligencia Artificial, que, aplicada, se transforma en una eficaz herramienta de influencia sobre los usuarios y sus comportamientos.
En el campo de los negocios, de la publicidad específicamente, la publicidad programática es un ejemplo de ello, a partir de la gestión de datos de audiencias, la automatización de procesos y la participación también del factor humano para conectar los contenidos con los individuos, uno a uno y en tiempo real.
Todos estos procesos, hicieron que a su vez los Estados invirtieran fuertemente en las infraestructuras necesarias para la llegada de la red a casi toda la superficie del planeta, entendiendo que este proceso podría actuar como acelerador del desarrollo para sus países y regiones. A su vez, los avances en la industria pusieron en manos de cada vez más usuarios los dispositivos necesarios para “conectarse” con el mundo desde cualquier lugar: hoy casi el 60% de la población mundial usa internet.
El optimismo alrededor de este nuevo paso tecnológico de la humanidad hizo pensar incluso en nuevas formas de democracia digital, gobiernos electrónicos abiertos y transparentes, nuevas herramientas de la sociedad civil para ejercer sus derechos y hacer conocer sus demandas, cuando no sus críticas y descontentos.
Pero como toda transformación revolucionaria, ésta a la que asistimos estos años también desnudó peligros y dilemas que como sociedad global urge resolver. Y si bien todas las áreas del conocimiento están relacionadas, podemos extrapolar lo que las transformaciones tecnológicas en el mundo del trabajo implican para la economía, a lo que esas transformaciones en el mundo de la información implican para la libertad y la democracia.
En el tema que nos ocupa centralmente, los medios, la información y las noticias, asistimos a desafíos enormes vinculados al mismo fenómeno que hace fascinante a esta revolución: sus beneficios están al alcance de cualquier persona. Y lo están también para “producir” contenido y “colgarlo” en la red. La facilidad con que se accede a herramientas y aplicaciones para ello sirve tanto para llegar con recursos educativos modernos a rincones inhóspitos de la tierra o que una médica especialista opere online a distancia, como tam- bién para esparcir noticias, imágenes, consignas engañosas y/o falsas que buscan generar sentimientos y comportamientos negativos, agresivos, temerosos, en la población.
Esta tarea de producir noticias, información, contenidos de algún tipo, estaba antes reservada a los periodistas y los medios. Desde hace varios años que eso cambió, y sus consecuencias negativas la pagan justamente la credibilidad de medios y periodistas en general, por responsabilidad de esos otros “productores” de información, respaldados cada vez más frecuentemente por intereses económicos y/o políticos (empresas, Estados) que financian su realización y difusión. Muchas de estas noticias han influido sobre resultados electorales, o “justificado” acciones bélicas, y por tanto tragedia y muerte para muchos seres humanos…y ganancias económicas y políticas para otros.
Hay organizaciones alrededor del mundo que luchan contra este tipo de prácticas, como FirstDraft o StopFake, pero como sostienen desde ellas mismas, hay que plantearse políticas globales para frenarlas, contenerlas y/o castigarlas. Cuestión que plantea ribetes no menos difíciles de abordar, por cuanto deben resolverse tensiones inherentes a la libertad de expresión y prensa, los derechos individuales y la necesaria regulación sobre los mismos para evitar la información fraudulenta y la manipulación. Pues cuando no se sabe qué es verdad y qué es mentira, la desconfianza, el temor, y sus comportamientos sociales asociados dominan la escena. Y esto nunca es bueno para la libertad y el desarrollo humano. Es este uno de los grandes desafíos para las democracias y las sociedades actuales, amenazadas hoy por estos nuevos enemigos.
* Politólogo, Mgter. en Desarrollo EconómicoLocal