Por Javier J. Vázquez . En estas semanas el debate sobre la cría de salmones en la isla ha vuelto con fuerza al debate público. Por un lado Agustin Coto de la Libertad Avanza presentó un proyecto de ley para habilitar la cría en tierra, fuera de lagunas y mar abierto o el canal, proponiendo un sistema de recirculación de agua; también en una nota de FM Master´s Ángeles de la Peña de Fundación el Mar, propone, con una mirada crítica sobre el impacto de ambiental y social de esta industria y la monoproducción de Salmones, pero planteando que haciéndolo en tierra es posible aumentar el cupo, y diversificar la matriz productiva de Tierra del Fuego.
Pero, no hace mucho tiempo, Gustavo Melella, gobernador de Tierra del Fuego, se plantaba firme frente a una amenaza que muchos ambientalistas veían como una espada de Damocles sobre los ecosistemas australes: la salmonicultura. En 2021, con el respaldo de organizaciones ambientales y el visto bueno de gran parte de la sociedad fueguina, se aprobó la primera ley en el mundo que prohibía la cría de salmones en aguas marinas. Fue un gesto valiente y simbólico.
Pero ahora, con la misma contundencia con la que dijo “no”, Melella parece dispuesto a decir “sí”. El cambio de clima social, la necesidad de atraer inversiones, la presión de sectores empresariales y el encarecimiento de la matriz productiva empujaron al mandatario a anunciar su voluntad de derogar la ley que él mismo había celebrado.
Aunque su propuesta es la cria en las costas, algo que se sabe tiene graves impactos para el ecosistema marino. Mientras que se esta debtiendo, con algunos consensos, la cria en piltorens con rescirculacion en tierra, el Gobernador insiste con una cambio radical, de prohibir, promoverla en el mar abierto.
Por supuesto, los ambientalistas tienen razones de peso. La salmonicultura, tal como se estuvo practicando durante años en países como Chile o Noruega, ha demostrado ser muy peligrosa para hacerla en el Beagle o en mar abierto. La introducción de especies exóticas como el salmón atlántico, el uso intensivo de antibióticos, la contaminación de fondos marinos por residuos orgánicos y químicos, la transmisión de enfermedades a especies nativas: todo esto ha sido documentado con amplitud. No son exageraciones ni caprichos de ONG. Son datos, estudios científicos y lecciones aprendidas a un costo ambiental altísimo.
Pero también es cierto que se ha aprenido de los errores, que hay nuevas tecinicas, que hay una conciencia sobre los impactos en bastones sectores de la poblacion y del arco politico y activistas, también es cierto que Tierra del Fuego necesita diversificar su matriz productiva. La salmonicultura, junto a otros tipos de acuicultura promoviendo especies locales, puede representar una fuente de ingresos considerable, y una oportunidad para posicionar a la provincia como un polo de acuicultura sustentable, incluso a nivel internacional. Porque no hay que perder de vista que mantener el ecosistema sano son los cimientos en donde se erige otra gran fuente de ingresos para la isla, el turismo.
El problema no es entonces la discusión sobre si sí o si no. El problema es la manera en que se está cambiando el eje de esa discusión. De una prohibición total, basada en una movilización social intensa, a una habilitación total, basada en un nuevo clima político más permisivo. Sin debate técnico, sin estudios de impacto ambiental, sin revisión de las técnicas propuestas ni comparación entre modelos de producción posibles.
¿No deberíamos, al menos, darnos un tiempo para evaluar con seriedad los escenarios posibles? ¿No corresponde, ante un tema de semejante complejidad, convocar a una mesa de diálogo plural que incluya a científicos, empresarios, ambientalistas, expertos internacionales y autoridades nacionales?
Tierra del Fuego es mucho más que un territorio productivo. Es una plataforma científica estratégica, la puerta de entrada a la Antártida, un ecosistema delicado y único, y un símbolo nacional de defensa ambiental. Es un polo turístico de nivel internacional para el ecoturismo, que genera y podría generar mas, ingresos importantes al territorio. Cualquier transformación de esa magnitud exige una visión de largo plazo, no un volantazo en función de las encuestas o de la urgencia económica del momento.
La salmonicultura puede formar parte del futuro productivo de la isla, sí. Pero debería ser el resultado de una planificación rigurosa, basada en evidencia, transparencia y participación ciudadana. Si algo hizo fuerte a la ley que prohibió la salmonicultura fue justamente su carácter de decisión colectiva, desandar ese camino sin el mismo nivel de participación, sin promover espacios para que los vecinos de la isla puedan acceder a información de calidad (no solo posteos en redes), espacios de intercambios de opinión, para quitar miedos, levantar alertas, proponer límites y poder asegurar un desarrollo de la actividad con los menor cantidad de conflictos e impactos negativos ambientales y sociales.
Cuando hablamos de sostenibilidad no solo nos referimos a el cuidado ambiental, la generación de empleos de calidad y productividad, sino también a un adecuado acceso a la información sobre qué se va desarrollar en la isla y cómo para que toda la población que quiera, pueda informarse sobre qué va a ocurrir en su entorno (social, ambiental y económico)
Lo que está en juego no es solo una producción. Es el modelo de desarrollo que queremos para los próximos años, Tierra del Fuego es uno de los territorios más naturales, prístinos, que quedan en el planeta tierra. En pocos años esta cualidad será extremadamente valorada por múltiples sectores como la producción científica internacional, el turismo ecológico y de lujo, entre otros. Entonces tomar decisiones ambientalmente rigurosas para el desarrollo de la salmonicultura no solo permitiría generar ingresos en el corto plazo, sino que también asegurar una matriz productiva sostenible y diversificada que en el mediano y largo plazo siga funcionando y creciendo.