La emprendedora Diana Flores relató la historia de su marca dedicada a la indumentaria y el calzado para bailarines, un proyecto que nació de una necesidad familiar, logró consolidarse durante una década en un local y hoy persiste de manera adaptada tras el impacto de la pandemia.
Vered se consolidó durante más de veinte años como referente en la provisión de indumentaria y equipo para danza en Tierra del Fuego. Al evocar en FM Master’s los orígenes del emprendimiento, Diana Flores situó su comienzo en una necesidad doméstica: «Vered empieza hace más de 20 años, siempre me gustó la danza, pero empecé a incursionar más cuando una de mis hijas comienza a hacer danza, entonces empezábamos a buscar determinadas cosas y por ahí no las encontrábamos».
La visión del negocio surgió durante sus viajes a la capital. En sus propias palabras: «Veía que allá había una amplia gama de calzado de lo que fuera para danza y dije ‘esto me gusta’». Esta percepción la llevó a establecer contactos con proveedores y academias, pues según explicó, «cada instituto tiene una vestimenta o algo particular que le gusta para la indumentaria, que es algo muy importante para que la profe pueda ver el cuerpo del bailarín o la bailarina».
Los primeros pasos demandaron un esfuerzo físico considerable. La emprendedora transitó la provincia con su mercadería: «Empecé con un bolsito el cual cargaba, pesadito, iba a los institutos o a los SUM a ofrecer y a que sepan que había alguien que estaba también vendiendo. He ido a Ushuaia, a Tolhuin, a todos lados».
Después de tres a cuatro años de trabajo ambulante, un consejo marcó su evolución. Recordó aquella sugerencia: «Se dio el consejo de una amiga que me dijo ‘hasta que no tengas un stock importante, no abras el negocio, tómate tu tiempo’». Finalmente materializó su aspiración: «Un día lo hice, pude abrir el negocio soñado, porque yo siempre digo que todo fue muy soñado».
El local en Río Grande representó la concreción de su visión. Con orgullo describió aquel espacio: «El espacio físico que teníamos tenía un espejo grande, una barra para que las chicas sintieran que era como un estudio de danza».
La pandemia interrumpió una década de trabajo sostenido. Diana explicó la vulnerabilidad del rubro: «Todo se complicó en la pandemia, todo lo que tiene que ver con la rama de danza, no tenés un año completo de trabajo». Frente a esta realidad, tomó la decisión más difícil: «Ahí cerré Vered, dije ‘bueno, basta, no sigo, veré qué hago’».
La persistencia de su clientela motivó un reinicio modesto. Comprobó que «la gente me seguía llamando, ‘y dónde puedo conseguir… y anda acá, y anda allá’». Esta demanda la llevó a retomar: «Y dije, ‘bueno, voy a empezar’, y fue como empezar de nuevo con ese bolsito con algunas cosas».
A lo largo de dos décadas, atestiguó una evolución generacional en la danza local. Con satisfacción notó que «empecé con las profes que eran las mamás, y hoy las hijas son las que están dando clase, o sea, ese semillero que conocí yo, que eran peques, hoy son profesoras, y además traen a sus hijas, ya vengo con una tercera generación».
Frente al complejo escenario económico actual, mantuvo una postura realista: «Para mucha gente, hoy está complejo». Sin embargo, su espíritu emprendedor permaneció intacto cuando afirmó: «Yo creo que hay que buscarle la vuelta, y ver las opciones que uno puede buscar» concluyó Diana Flores.


