Desde la roca madre de Ushuaia hasta los suelos más fértiles de Punta Paraná, la historia de Héctor Vargas es un legado de adaptación, herencia familiar y soberanía alimentaria en el fin del mundo.
«La huerta que tenemos en el centro de Ushuaia se creó en el año 70. Mi padre tuvo que construirla; el lugar que teníamos tenía mucha piedra… roca madre», relata Héctor Vargas, agricultor fueguino cuya vida ha transcurrido entre el rescate de tradiciones agrícolas y la lucha contra un territorio hostil.
Su relato en FM Master’s, tejido con paciencia y memoria, evoca cómo su familia transformó aquel suelo inhóspito: «Hubo que esperar a hacer voladuras en aquel momento. Después, mi padre, junto con otro señor de apellido Pérez, que tenía un camión playo, empezó a traer suelo apto para agricultura desde lo que hoy es la última planta de NewSan».
La tierra, explica, no era negra ni especialmente fértil, pero se enriqueció con algas marinas, bosta de vacuno y turba –«aunque hay que tener cuidado porque es muy ácida»-. Prácticas que hoy se llaman agroecología, pero que entonces eran simple supervivencia: «Ellos sin saberlo ya lo venían haciendo».
Esa herencia lo llevó a conservar variedades de papas que otros abandonaban: «Me fueron regalando sus semillas porque ya no le iban a trabajar los hijos… es una lástima que se pierdan». Hoy atesora 20 variedades, 19 de ellas nativas del sur de Chile y Perú, adaptadas al clima fueguino tras décadas de cultivo.
En Punta Paraná, a varias decenas de kilómetros de Ushuaia, Vargas replicó su modelo en la chacra Ruca Kelleñ. «Quise sacar este misticismo de que en Tierra del Fuego no se puede cultivar nada», afirma. Allí, a cielo abierto, crecen kale –«se banca el invierno, la nieve»-, habas, arvejas y ajos, junto a sus papas, que rinden 6 kilos y medio por metro cuadrado. El proyecto, que cumple seis temporadas, combina producción y divulgación: «Andrés (Loiza) recibe turismo; queremos que la gente vea cómo eran las huertas antiguas».
Su historia es también un diálogo con el pasado. Las primeras huertas de la zona, como Harberton, se abastecían del canal Beagle: «Las papas entraron por ahí». Él, en cambio, llegó a Punta Paraná casi por casualidad, tras una charla en una feria. Hoy, ese lugar es su centro de producción, mientras la quinta urbana permanece como testimonio de una resistencia agrícola que comenzó con voladuras de roca y termina en ferias donde, dice, «la gente exige alimentos sanos, sin agroquímicos». Un ciclo que, como sus papas, echó raíces profundas en el fin del mundo.