Por recortes presupuestarios, Estados Unidos dejó de operar desde Punta Arenas, lo que representaba un flujo anual de USD 6 millones para la ciudad chilena. El retiro de sus buques tras 30 años abre para Ushuaia una oportunidad única de posicionarse como nuevo centro logístico antártico, que la provincia no debería dejar pasar.
Después de tres décadas operando desde Punta Arenas, los buques científicos de la National Science Foundation (NSF) de Estados Unidos —entre ellos el Nathaniel B. Palmer y el Laurence M. Gould— dejaron de utilizar esa ciudad chilena como base logística hacia la Antártida. La decisión responde a los recortes aplicados al programa polar de la NSF, que implicaron una reducción del 16% en el financiamiento total destinado a logística antártica.
El retiro no solo deja un vacío operativo para Estados Unidos, sino también un impacto económico para Punta Arenas: durante 30 años, la presencia de los buques científicos generó alrededor de USD 6 millones anuales en servicios portuarios, combustible, transporte, alojamiento y provisiones. Esa dinámica consolidó a la ciudad chilena como una puerta internacional hacia el continente blanco.
Ante este escenario, la ciudad de Ushuaia aparece como la alternativa natural para ocupar ese rol estratégico. Con un puerto operativo, infraestructura en expansión y una ventaja geográfica clave —un día menos de navegación hacia la península antártica en comparación con Punta Arenas—, la capital fueguina tiene condiciones objetivas para atraer operaciones científicas y logísticas internacionales.
Para lograrlo, será determinante la articulación entre el Gobierno provincial, la Dirección Provincial de Puertos, Cancillería, y los sectores privados vinculados al turismo, la ciencia y los servicios marítimos. La posibilidad de convertirse en la principal base operativa hacia la Antártida no solo generaría un impacto económico directo, sino que también fortalecería la posición de Ushuaia dentro del sistema del Tratado Antártico.
El retiro de Estados Unidos de Punta Arenas marca el cierre de una etapa histórica en la logística antártica, pero también abre una ventana excepcional para Tierra del Fuego. El desafío es político y estratégico: aprovechar esta oportunidad o dejar que otros la tomen.


