Ayer los argentinos pudimos ver algo parecido a una exposición de un pastor evangélico, donde el hombre de traje y corbata alude con micrófono en mano a langostas enormes, moscas, ratas, tormentas y viento, que asolaron estas tierras de Egipto, como un castigo divino a un pueblo pecador, porque ha querido vivir “con más de lo que ingresa».
“Veníamos bien, pero la situación cambió: nos agarraron todas las tormentas juntas”, se lo vio decir al presidente, repitiendo el manual de comunicación de algún versado asesor de campaña, convencido que aún está en esa instancia electoral, y deslizando responsabilidades para todos los demás, menos al interior de la matriz gubernamental.
Las “plagas”, o mejor dicho en términos macristas “las tormentas” que no mencionó el presidente, fueron el aumento de los precios del petróleo, la sequía del campo, la suba de las tasas de interés en los mercados de Estados unidos y la guerra comercial entre los Estados Unidos y China.
Se desconoce el motivo por el cual el equipo de economistas del gobierno no tuvo la puntería necesaria para una correcta lectura de la coyuntura internacional. Durante los últimos años, luego de que los economistas vuelvan a ubicarse en las tapas de los diarios nacionales, volvieron a la palestra las plumas de los especialistas en leyes del mercado, cuyos artículos se pueden leer y releer en cientos de páginas de internet.
Cualquier ciudadano que se interese por economía a gran escala, puede interiorizarse de causas y explicaciones varias sobre el destino de una economía que, en Argentina, se abrió a las fronteras y los mercados internacionales. Exactamente al revés de la tendencia que se viene practicando desde las economías más liberales, cerrando sus mercados a las importaciones. Tal la doctrina Trump.
Hubo mucha tinta derramada en advertencias hacia el gobierno sobre el camino económico que se estaba adoptando. Aún desde aquellos economistas que están a la derecha de este gobierno. Sobraron los carteles de alerta, aún desde los sectores financieros extranjeros, alertando sobre la eliminación de las políticas económicas.
Desde allí, cualquiera tiene el derecho de dudar de las palabras del presidente cuando dijo “no lo podíamos prever”. El exagerado endeudamiento en divisas, haber dado por tierra con la obligación de liquidar importaciones y haber dejado que la cotización del dólar se maneje por sí misma, ubicaron a la Argentina en una zona oscura dentro de los análisis internacionales, y ni hablar puertas adentro.
Para seguir en la misma línea bíblica, el riesgo de default es el pan nuestro de cada día. Los análisis más o menos a gran escala dejan la certeza de una mayor recesión, de una inflación sin techo y de una caída en los índices de ingresos y de un aumento en los números de la pobreza.
Según el discurso del presidente, recién ayer terminó “la transición” y empezaron los problemas: “estamos en situación de emergencia”, dijo el mismo presidente que culpó a los “egipcios” de un gobierno que ya no está hace tres años. La Biblia es muy extensa para leerla de nuevo. Y siempre es más fácil culpar al Rey Midas o a los judíos que mataron a Cristo. El Mar Rojo lo tenemos que cruzar nosotros y otra vez, como a fines de los 90, nos falta un Moisés que nos abra las aguas.