Argentina inauguró el turismo antártico en 1958, cuando el barco Les Eclaireurs llevó a los primeros viajeros al continente blanco. Siete décadas después, el liderazgo cambió de manos: Chile y el Reino Unido concentran hoy la mayor parte de la logística, los servicios y el relato que escuchan los visitantes. Sin embargo, lejos de ser una historia cerrada, especialistas coinciden en que el país aún dispone de ventajas estratégicas concretas para recuperar protagonismo desde un enfoque moderno, sustentable y realista.
La temporada 2023/24 recibió cerca de 118.000 turistas, la enorme mayoría embarcada desde Ushuaia. Esa geografía —única en el mundo— mantiene a la capital fueguina como la puerta natural de acceso a la Antártida, un atributo que ninguna otra nación puede igualar. A esto se suma la presencia histórica argentina en el continente: bases permanentes, una comunidad científica activa y un legado antártico reconocido internacionalmente.
Mientras tanto, Chile consolidó a Punta Arenas como plataforma logística, con aerolíneas, centros de carga y servicios técnicos que atienden expediciones. El Reino Unido, por su parte, recibe cada año a miles de visitantes en Port Lockroy, donde ofrece un museo, un relato histórico propio y actividades que refuerzan su identidad antártica. En ese marco, la posición argentina parece rezagada. Pero el escenario también revela espacios de oportunidad claros.
Un relato propio, sin confrontaciones
Hoy la mayoría de los cruceros antárticos presenta narrativas diseñadas por empresas extranjeras. La Argentina tiene la posibilidad de equilibrar esa balanza con un enfoque propio, basado en ciencia, historia y presencia real.
Incorporar contenidos del CADIC, rescatar expediciones históricas argentinas y fortalecer la participación de guías nacionales permitiría enriquecer la experiencia sin tensiones diplomáticas ni inversiones extraordinarias.
Empleo y formación en clave local
El turismo antártico demanda perfiles profesionales muy específicos: guías bilingües, especialistas ambientales, técnicos en logística polar y personal capacitado en protocolos de conservación.
Desarrollar una formación propia en Tierra del Fuego, articulada entre Estado, universidades y sector privado, podría abrir un nicho laboral para jóvenes fueguinos y generar empleo de calidad, con impacto directo en la economía provincial.
Modernizar lo que ya existe
La infraestructura argentina no necesita competir con mega-centros extranjeros, sino mejorar lo que ya tiene.
Pequeñas obras de optimización en el puerto de Ushuaia, servicios integrados para cruceros, señalización bilingüe, centros de información actualizados y una coordinación más fluida entre organismos nacionales y provinciales podrían posicionar a la ciudad como capital regional del turismo polar.
Es un objetivo alcanzable, de escala razonable y con retorno directo en la economía local.
Una agenda posible hacia 2048
La revisión del Protocolo de Madrid en 2048 —que actualmente prohíbe la actividad minera— coloca a la Antártida en un escenario estratégico global. En ese contexto, la Argentina conserva activos esenciales: presencia efectiva, legitimidad científica y una ubicación incomparable.
Aprovechar el turismo desde un enfoque ambientalmente responsable no solo generaría empleo, sino que reforzaría la posición del país en un territorio donde la diplomacia y la investigación son claves.
Lejos de haber perdido la carrera, Argentina todavía posee los elementos necesarios para recuperar un rol destacado en el turismo antártico. La geografía, la historia y la ciencia ya están; lo que falta es una estrategia consistente que transforme esa ventaja natural en desarrollo económico, empleo local y una narrativa propia que vuelva a poner al país en el centro del mapa polar.


