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17 de julio de 2025

Andrés Loíza: cultivando en el fin del mundo con pasión y resiliencia

Desde frutillas hasta turismo rural, su proyecto en Punta Paraná combina agricultura adaptativa y sostenibilidad en un entorno hostil pero lleno de oportunidades.

En el kilómetro 10.200 de la Ruta 3, a orillas del Canal Beagle, se erige Ruca Kellén, la chacra más austral del mundo. Andrés Loíza, un hombre de Bariloche con raíces marplatenses, ha convertido un terreno castorero en un emprendimiento frutihortícola y turístico que desafía los límites de la agricultura en Tierra del Fuego. «Era prácticamente una laguna llena de castores. El único espacio que había en ese momento era ese», recuerda en FM Master’s Loíza sobre sus inicios en 2011, cuando el gobierno provincial le adjudicó las tierras.

Con esfuerzo titánico, drenó el suelo, removió árboles secos y alisó el terreno para hacerlo productivo. «Arrancamos con 3.000 metros aptos para siembra. Hoy ya abarcamos casi una hectárea y media», explica. Su primer cultivo fue la frutilla, una planta noble que se adaptó al clima fueguino. Tras probar variedades como albión y San Andrea, encontró en la primera una calidad excepcional: «Es una fruta de muy buena calidad».

Pero Ruca Kellén no se limita a las frutillas. Frambuesas, corintos, grosellas, cassis y hasta papas andinas crecen bajo su cuidado. «El ruibarbo anda bien, la frambuesa anda bien», enumera, mientras experimenta con nuevas especies como moras boysenberry y uvas de hielo, estas últimas en colaboración con el Hotel Arakur. «Trajimos 400 parras de chardonnay y pinot noir. No es fácil, pero vamos a ver», confiesa.

El turismo rural llegó casi por casualidad. En 2012, abrió la Casa de Té, el primer emprendimiento gastronómico de Punta Paraná, y luego diseñó espacios temáticos inspirados en la cultura yagán. «Esta temporada estalló turísticamente», celebra, recibiendo visitantes de Corea, Brasil, EE.UU. y cruceros internacionales.

La ausencia de servicios básicos no lo detuvo: «La energía es a base de paneles solares, el agua sale de un chorrillo a 500 metros, y la calefacción, de leña. Eso lo hace sustentable».

La demanda supera la producción. «Nunca traigo ni medio kilo de frutilla a la ciudad. Todo se vende en la chacra», afirma. Este año cosechó 7.000 kilos de frutillas y 14.000 cabezas de ajo violáceo santacruceño, una variedad que se adaptó al clima local.

Para Andrés Loíza, cada desafío es una oportunidad. «Siempre estás probando», dice, mientras planea expandir su oferta agroecológica y consolidar Ruca Kellén como un símbolo de resiliencia en el Fin del Mundo.

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