Por Federico Rayes – Consultora Ecotono
El gobierno tiene la espalda suficiente en dólares para llegar al 26 de octubre. Lo hará con lo que dispone el Tesoro y, en última instancia, con la intervención del Banco Central. Sin embargo, lo que parece prácticamente un hecho es que, independientemente de cuál sea el resultado electoral, el sistema cambiario se modificará. No es una opción: es una certeza.
En noviembre se abrirá un nuevo escenario. Ese cambio ya se conversa con el Tesoro y con el Fondo Monetario Internacional. De mínima, la salida sería permitir que el peso flote con mayor libertad. De máxima, aparecen las especulaciones en torno a una eventual dolarización. No hay información oficial, y justamente esa falta de certezas es lo que alimenta el terreno de los rumores.
Una calma frágil
En el mejor de los casos llegaremos a las elecciones con esta estabilidad y sin sobresaltos. Pero conviene no engañarse: el contexto electoral nunca aporta estabilidad al mercado cambiario. Y en este caso, la fragilidad es aún mayor porque responde a un problema estructural: durante años se priorizó el mercado interno, exportamos menos de lo que debimos exportar y eso genera que falten dólares.
No es la sociedad la que se queda sin divisas: es el Estado. Y es el Estado el que, en nombre de todos los argentinos, debe salir a cumplir compromisos externos sin contar con las reservas necesarias.
En los últimos meses se aplicaron mecanismos excepcionales, como las reducciones temporales de retenciones, pero lo que verdaderamente necesitamos es un modelo de desarrollo y producción sostenible en el tiempo. Mientras tanto, hay compromisos inmediatos que no pueden esperar.
El dilema de la flotación
La dinámica de un esquema de flotación libre en la Argentina tiene una particularidad: existe la obligación de liquidar las divisas de exportación en el mercado, a diferencia de lo que ocurre en otros países. Esa obligación sostiene al sistema, pero también lo tensiona.
La lógica sería que el tipo de cambio flote con la menor intervención posible. Pero el país no está acostumbrado a convivir con esa volatilidad. Cuando el dólar sube, la reacción inmediata es la corrida: todos salen a comprar, los diarios titulan, se genera miedo e incertidumbre. Lo que el gobierno busca es modificar ese paradigma y que una suba no dispare la alarma social. Para eso se necesita credibilidad en los indicadores, algo que hoy todavía no está consolidado.
Por eso la estabilidad actual tiene un costo, y ese costo es la intervención diaria. El mercado lo sabe: la calma es real, pero no es producto del equilibrio genuino de la oferta y la demanda, sino del esfuerzo oficial por mantener a raya la volatilidad.
Rumores y certezas
La apuesta de corto plazo es clara: sostener este esquema hasta el 31 de octubre, cuando vencen compromisos financieros clave. A partir de ahí, habrá que elegir un rumbo definitivo: continuar en un sendero de flotación con estabilidad o avanzar hacia una dolarización que elimine la incertidumbre cambiaria, pero implique costos políticos y sociales enormes.
Hoy estamos ante un puente. El desafío es cruzarlo sin sobresaltos y llegar a noviembre con un marco que permita discutir, sin improvisación, cuál será el esquema cambiario de la Argentina. Porque la estabilidad actual es un alivio, pero también es un paréntesis: y como todo paréntesis, tarde o temprano se cierra.