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6 de octubre de 2025

En Tierra del Fuego crece el uso de canes protectores de ganado

Productores fueguinos implementan perros protectores como única defensa efectiva contra el crecimiento descontrolado de jaurías asilvestradas que diezman el ganado ovino, según un informe de un medio nacional.

El medio La Nación, de la capital argentina, documentó la crítica situación que atraviesan los productores ovinos de Tierra del Fuego, quienes enfrentan una amenaza ecológica y económica sin precedentes: la explosión demográfica de perros asilvestrados. Ante la ineficacia de métodos tradicionales y la ausencia de políticas públicas contundentes, un grupo de estancieros ha encontrado en los perros protectores de ganado (PPG) la única defensa efectiva para sus rebaños.

La problemática, lejos de ser un incidente aislado, ha escalado a niveles alarmantes. Investigaciones biológicas citadas indican que la población de canes asilvestrados, actualmente considerados el «predador tope» de la isla, se ha incrementado en un mil por ciento en el último lustro.

El fenómeno ha tenido un impacto devastador en la producción ovina, forzando una reconversión ganadera masiva. En el transcurso de una década, la provincia perdió aproximadamente la mitad de su stock lanar, lo que equivale a unas 300.000 cabezas, haciendo inviable la actividad para muchos.

En este contexto desolador, la implementación de PPG emerge como un rayo de esperanza. Estos caninos, principalmente cruzas de razas como el Montaña del Pirineo, Maremmano y Mastín del Pirineo, son criados desde su nacimiento en estrecho contacto con las ovejas, desarrollando un instinto protector.

Su función no es el ataque directo, sino la disrupción del comportamiento predatorio. Según explicaron los productores, el perro protector patrulla el rebaño y logra interrumpir la secuencia de caza del asilvestrado -acechar, correr, apresar, matar-, ejerciendo una acción expulsiva que mantiene a raya a los intrusos.

La experiencia de Sebastián Cabeza, ingeniero agropecuario y productor en la estancia Guazú Cué, ejemplifica esta lucha. Luego de describir su campo como «un infierno» y de comprobar la inutilidad de alambrados eléctricos y la caza, decidió adoptar la metodología en 2011, inspirado en casos chilenos.

Los inicios, relató, fueron complejos y requirieron años de paciencia y aprendizaje. El punto de inflexión llegó en 2014, tras seis temporadas de pérdidas recurrentes que lo obligaron a una drástica reconversión parcial al bovino y a apostar definitivamente por los PPG a escala productiva para salvar las ovejas remanentes.

Pese al éxito relativo, el sistema no está exento de desafíos. Los PPG representan un costo significativo para el productor, calculado en alrededor de un 5% de la producción de carne por cada animal que cuida 400 ovejas.

Además, su naturaleza trasciende los límites de las propiedades, lo que ha llevado a enfrentar situaciones donde ejemplares fueron abatidos por error por vecinos.

Esta característica subraya la necesidad de un manejo organizado y cooperativo entre los establecimientos, un desafío que los pioneros buscan encarar con el apoyo de instituciones científicas como el Cadic y el INTA, mirando el modelo de trabajo colaborativo que se aplica desde hace décadas en regiones similares de Estados Unidos.

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