Por Luis Castelli – Politólogo, Consultora Vox Populi
La contundente victoria en Buenos Aires sorprende por la magnitud y reconfigura el tablero político: abre el camino de Axel Kicillof hacia 2027, y expone nuevos desafíos para La Libertad Avanza.
La elección legislativa en la provincia de Buenos Aires dejó un resultado que sorprendió incluso a quienes se preveían ganadores. La magnitud del triunfo del peronismo –catorce puntos de diferencia– desbordó cualquier cálculo previo. Los pronósticos hablaban de una ventaja de cinco o seis puntos, pero nadie esperaba semejante distancia. Esa brecha tuvo un efecto inmediato: generó un golpe anímico fuerte en el oficialismo nacional, que había alimentado expectativas sobredimensionadas.
Conviene no perder de vista que, aunque se trate del distrito más poblado del país, la de Buenos Aires fue una elección local, en donde se renovaban también legislativos municipales. La fuerza de los intendentes y su poder territorial pesaron y mucho. Axel Kicillof y Javier Milei lo reconocieron en sus discursos del domingo a la noche, y los hechos los respaldan: las estructuras municipales fueron decisivas (el peronismo ganó en 100 de los 135 municipios).
Es ese mismo carácter local es el que impide una extrapolación directa hacia la elección nacional de octubre, que tiene dinámicas propias y no necesariamente se verán reflejadas en lo ocurrido en Buenos Aires.
La jugada de Kicillof
Desdoblar los comicios fue clave. A diferencia de lo que ocurrió en 2019 con María Eugenia Vidal, arrastrada por la derrota de Macri al no poder separar las fechas, Kicillof se aseguró un escenario propio y pudo consolidar liderazgo. Esa decisión, muy criticada en su momento por el kirchnerismo duro, se reveló acertada: liberó a su boleta de la suerte de las elecciones nacionales y lo proyectó con mayor fuerza dentro del peronismo. No es casual que la militancia comenzara a corear “Axel conducción” y “Kichi Presidente”. Puede decirse, sin exagerar, que ayer empezó la campaña presidencial de Kicillof para 2027.
El resultado también abre un nuevo capítulo dentro del PJ. Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo un factor de gran peso, pero ya no tan decisivo. El resultado le dio aire a Kicillof y lo coloca como referente en posición de discutir el liderazgo nacional del peronismo. El justicialismo entra así en un proceso de reacomodamiento: los próximos meses dirán si se traduce en una renovación de la conducción partidaria o en una convivencia tensa entre liderazgos.
Dicho todo esto, también debe notarse que la contundencia del triunfo peronista se matiza al mirar el reparto legislativo de bancas provinciales. En el Senado bonaerense, el peronismo pasó de 21 a 24 bancas, mientras La Libertad Avanza creció de 12 a 15. En Diputados, el peronismo ganó una banca –pasa de 38 a 39–, mientras que la fuerza libertaria sumó siete –de 24 a 31–. El triunfo fue arrollador, pero la matemática parlamentaria muestra un escenario más equilibrado.
El mileismo con saldo ambiguo
La Libertad Avanza logró fortalecer su presencia legislativa provincial, pero lo hizo a costa de licuar al PRO, que perdió espacios y quedó relegado dentro de la propia alianza. Fue, en todo caso, una victoria relativa y costosa: la obsesión por preservar la pureza de las listas terminó debilitando la competitividad general frente al peronismo, que se llevó en los números una contundente victoria.
Mientras tanto, los terceros espacios intentan abrirse paso, alentados por algunos gobernadores que buscan construir un “camino del medio”. Sin embargo, el 81% de los votos quedó concentrado en los dos polos principales. La polarización sigue siendo el dato estructural de la política argentina, y lo que se mueve por fuera de ese eje apenas alcanza a marcar matices.
En definitiva, lo que ocurrió en Buenos Aires no solo consagró un triunfo arrollador del peronismo. También reordenó liderazgos internos, fortaleció a Kicillof de cara al futuro y dejó al Presidente Milei en un dilema estratégico. La elección bonaerense puso presión sobre el gobierno nacional, que ahora enfrenta el desafío de responder con señales claras, tanto en el terreno político como en el económico. Porque el triunfo del peronismo en Buenos Aires no se explica solo por aciertos de unos y errores de otros en los armados territoriales: detrás late también un creciente malestar económico que atraviesa la vida cotidiana de muchos argentinos, agravado por escándalos de supuesta corrupción en el Gobierno y una comunicación gubernamental y electoral desacertada.
El impacto nacional inmediato es evidente: la política argentina entró en una nueva etapa, y lo que ocurra en los próximos cincuenta días definirá si este sacudón fue apenas un episodio local o el preludio de un reacomodamiento más profundo en el tablero político del país.