Raúl Ibarrola, con 36 años de trayectoria, relató la evolución y las dificultades estructurales para desarrollar la actividad en una zona con enorme capacidad. La falta de políticas claras y financiamiento complican el crecimiento sostenido.
En el Valle de Andorra, la producción frutihortícola es una actividad que carga con una historia de esfuerzo y desafíos persistentes. Raúl Ibarrola, un productor afincado en la zona desde 1990, se ha convertido en un referente de este sector, con especialización en el cultivo de verduras de hoja. Su relato, expuesto en FM Master’s, describió un panorama de potencial desaprovechado y una lucha contra obstáculos burocráticos y económicos.
Ibarrola llegó a Tierra del Fuego proveniente de Chaco, atraído por la notificación que declaraba a Andorra como zona productiva. “En ese tiempo era intendente todavía Mario Daniele y saca una notificación donde el que quería invertir o hacer emprendimiento, Andorra iba a ser declarada zona productiva. Los tiempos cambiaron, pasaron, el adelanto es muy bueno, pero también es bueno que las cosas que uno ya estaba haciendo, se tienen que seguir haciendo por la necesidad de la gente”, recordó.
Inició sus actividades con la cría de cerdos, teniendo un plantel de 96 madres, para luego virar hacia la horticultura al identificar una necesidad urgente: “Fui anexando los viveros, porque se veía que faltaba verdura fresca, porque todo venía desde el norte”.
Con el apoyo del INTA, Ibarrola expandió su producción. “Me dedico a la hortaliza. A eso le anexamos con el INTA, la producción de frutillas, de las variedades que más se consiguen”, detalló.
Su producción se centra en lechuga, acelga, achicoria, espinaca, rúcula y berro. En sus mejores momentos, llegó a tener más de 6.000 m2 cubiertos, aunque adversidades climáticas, como las grandes nevadas de 1995 y problemas logísticos forzaron un achique de su operación.
Uno de los puntos críticos que Ibarrola enfatizó es la falta de una política de Estado clara y de continuidad que fomente el desarrollo local. “Las decisiones políticas yo creo que faltan”, afirmó. La titularidad de la tierra es una traba fundamental: “Para nosotros es importante porque podemos ir a un banco, pedir financiamiento”. Esta situación de irregularidad dominial, según su experiencia, impide acceder a créditos formales que permitan invertir y crecer.
La comercialización es otro escollo. Si bien en el pasado existió una asociación de productores hortícolas a nivel provincial que abastecía a supermercados como La Anónima y La Victoria, hoy el circuito se reduce a pequeños mercados locales y algunos restaurantes. Actualmente, de los numerosos productores que había, solo quedan activos “cinco o seis” en la zona.
Pese a todo, Ibarrola mantiene un espíritu resiliente. Su historia es la de un pionero que persistió en un suelo hostil, adaptándose y buscando siempre la manera de proveer de alimentos frescos y locales a la comunidad fueguina.