La especialista en avicultura y referente del INTA detalló cómo la demanda de pollitas ponedoras se multiplicó en la provincia, los obstáculos superados y las claves para una producción exitosa en climas extremos.
Gisela Mair, ingeniera zootecnista y coordinadora del Grupo Cambio Rural Avicultores de la Tierra de los Fuegos, explicó en FM Master’s con detalle cómo esta actividad, antes limitada a pequeñas crianzas domésticas, se ha expandido gracias a programas estatales y a la adaptación de técnicas específicas para el clima austral.
«Si bien la avicultura en Tierra del Fuego siempre existió, con familias criando gallinas criollas o araucanas -que ponen huevos azulados-, el gran cambio vino después del 2020», señala Mair. La pandemia generó una «psicosis» en la población, que buscó alternativas para asegurar alimentos básicos como el huevo. «La gente empezó a preguntarse qué podía producir en casa, y ahí entró en juego el programa ProHuerta del INTA, que desde hace 30 años entrega pollitas ponedoras en todo el país, pero que aquí tomó otra dimensión».
Antes de 2020, el programa distribuía entre 200 y 300 pollitas anuales en la provincia. Sin embargo, ese número se quintuplicó: «A partir de la pandemia, se entregaron mil pollitas por año», destaca Mair. El desafío no era menor: las aves, provenientes de Pergamino, llegaban al día de nacidas en avión y requerían cuidados especiales. «El primer mes es crítico: necesitan calor constante, entre 29 y 31 grados. Por eso se establecieron centros de cría en Ushuaia, Tolhuin y Río Grande, donde las pollitas eran cuidadas antes de ser entregadas a las familias» explicó.
La especialista subraya que, contrario a lo que muchos creen, el clima frío no es el principal obstáculo: «El problema real es la distancia y la logística para conseguir alimento balanceado o las mismas pollitas. El frío se maneja con un galpón adecuado; después, las gallinas, una vez emplumadas, resisten bien».
No obstante, hay factores clave para una producción óptima: «La gente no sabía, por ejemplo, que las gallinas necesitan al menos 14 horas de luz diarias para poner huevos. En invierno, con solo 7 u 8 horas naturales, hay que complementar con luz artificial. Eso marcaba la diferencia entre quienes tenían huevos todo el año y quienes no».
Entre 2020 y 2024, el programa alcanzó a 231 familias y 35 emprendedores, aunque Mair estima que hay muchas más con gallinas criollas o de entregas anteriores. «El siguiente paso es que los productores crezcan: algunos ya están vendiendo huevos en ferias locales. La avicultura fueguina tiene potencial, pero requiere más capacitación y seguimiento», concluyó Gisela Mair.