La mayor parte de las muertes asociadas a los terremotos o sismos, han
sido causadas por ondas sísmicas marinas, también llamados
tsunamis. Este nombre viene del japonés, y es en Japón donde la
ocurrencia de estos eventos ha sido muy abundante en el pasado. “Tsu”
significa “bahía” y “nami” significa “ondas”. Es decir, las ondas de la
bahía.
Estas ondas destructivas son a menudo denominadas “olas de marea”.
Sin embargo, este nombre es inapropiado, dado que estas ondas son el
resultado de terremotos o sismos, y no tienen relación con el efecto de
mareas gravitacionales provocadas por el Sol o la Luna.
La mayoría de los tsunamis son el resultado de desplazamientos verticales
a lo largo de fallas ubicadas sobre el piso oceánico, o bien enormes
deslizamientos submarinos, gatillados por un terremoto submarino.
Una vez que ha sido creado, un tsunami se asemeja a las ondas formadas
cuando un guijarro es dejado caer en un estanque. En contraste con las
óndulas, los tsunamis avanzan a velocidades asombrosas, entre 500 y
950 kilómetros por hora. A pesar de esta característica sorprendente, un
tsunami en el océano abierto puede pasar no detectado, pues su altura es
usualmente menor a 1 metro y la distancia entre dos crestas de ola
consecutivas es muy grande, entre 100 a 700 kilómetros. Sin embargo,
cuando el tsunami llega a aguas costeras, estas ondas destructivas se
enlentecen y el agua comienza a “apilarse” en alturas que ocasionalmente
exceden los 30 metros de altitud. A medida que la cresta de un tsunami
se acerca a la costa, aparece una rápida elevación del nivel del mar, junto
a una superficie turbulenta y caótica. Los tsunamis pueden ser
tremendamente destructivos.
Usualmente, el primer anuncio de la cercanía de un tsunami es una
relativamente rápida desaparición de agua proveniente de las playas
adyacentes. Los residentes costeros han aprendido a asimilar estas
señales, y reconocer este retroceso de las aguas, pues a sólo unos 5 a 30
minutos después, estos signos se mueven rápidamente hacia terrenos
más elevados, pues se produce un surgimiento de las aguas capaz de
extenderse cientos de metros tierra adentro. En una forma similar, cada
surgimiento es seguido por un rápido retroceso de estas aguas hacia el
océano más cercano.
La velocidad de un tsunami, como el de Alaska, 1946, fue de 835 km por
hora, donde la profundidad del agua era de 550 metros, y 50 km/hora
donde la profundidad era de solo 20 metros, por acción de fricción con el
terreno.
Un tsunami puede producir daños tremendos a las zonas que reciben a los
tsunamis. Ciudades enteras pueden ser destruidas. En el caso del tsunami
de Alaska, se recibieron, 5 oleadas, pero cuando los residentes creían que
todo había pasado, una nueva penetración de las aguas atacó a los
residentes que ya habían regresado y provocó la muerte de 100
habitantes de la localidad, con crestas costeras de más de 6 metros sobre
el nivel de la alta marea.
En muchas otras oportunidades, los tsunamis pueden actuar
conjuntamente con grandes deslizamientos de tierra submarinos,
desestabilizados por sismos.
La frecuencia de tsunamis destructivos es de 1.5 eventos por año, a nivel
global. Los tsunamis atraviesan largas secciones del océano antes de que
su energía esté totalmente disipada. La mayoría de los terremotos no
generan tsunamis. En promedio sólo 1.5 tsunamis destructivos se
generan a nivel global, anualmente. De estos solo 1 cada 10 años son
catastróficos.
Los tsunamis se desplazan en el océano Pacífico a razón de 10 horas
desde Nueva Guinea, y 12 horas desde América del Sur, es decir, pueden
atravesar todo el Océano Pacífico en solo 20 horas, menos de 1 día en
total.
En parte, traducción libre de fragmentos de Tarbuck & Lutgens.
JORGE RABASSA