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16 de abril de 2024

El peor momento de Marcos Peña en el gobierno

La ida de Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, así como la posible llegada de Alfonso Prat Gay, son movimientos que merman el poder del Jefe de Gabinete.

“¿Qué otro gesto de mayor respaldo puede haber dado el Presidente que cambiar todo el Gabinete para no entregarlo a Marcos (Peña)?”. El razonamiento, ajustado a la realidad, que hacen cerca del jefe de Gabinete refleja sólo una parte de lo que se vive en la Quinta de Olivos. Es que, a casi tres años de la asunción de Mauricio Macri, el peñismo vive sus horas más difíciles, entre los cuestionamientos que recibió su jefe, las salidas del tándem Mario Quintana y Gustavo Lopetegui y la oferta a Alfonso Prat Gay para que asuma en la Cancillería en lugar de Jorge Faurie.

Si el desguace de la Santísima Trinidad, como se hablaba en el Gobierno del trío “son yo”, en alusión a Peña-Lopetegui-Quintana, no había sido suficiente; la novedad de que Macri quiere a Prat Gay para manejar su agenda internacional retumbó fuerte puertas adentro del Gobierno. Sucede que no sólo se trata del primer enfrentado -y eyectado- por el jefe de Gabinete.

Con la elección de Faurie como reemplazante de Susana Malcorra, Peña se había asegurado que fuera su lugarteniente, el secretario de Asuntos Estratégicos Fulvio Pompeo, quien guiara los destinos de esa cartera desde la Jefatura de Gabinete. Del riñón de Peña, la influencia que tuvo durante toda la gestión de Faurie, un funcionario de carrera sin vínculos fuertes en el macrismo, fue contundente.

Con Prat Gay en la cancha nuevamente, ese poder disipa. “Alfonso le va a desactivar la tarjeta de ingreso a la Cancillería” a Pompeo, bromeaba, con cierto regocijo, un dirigente macrista. A Prat Gay, que ya había sonado como canciller cuando se fue su amiga Malcorra, le alcanzó con una aparición en el programa de Alejandro Fantino para volver a posicionarse. Todo un síntoma.

Cerca de Peña también relativizan el golpe de efecto que implica el desplazamiento del binomio Lopetegui-Quintana. “Si fuera por Mauricio no cambia nada, El que interpretó el reclamo de algunos sectores y propuso esto es el propio Marcos”, dijeron. Lo mismo repitieron hasta el cansancio en abril, cuando se conformó la mesa política, cuyas propuestas parecieron ser atendidas por Macri en el inicio de lo que se suponía una etapa aperturista pero luego perdió fuerza y se convirtió en un mero consejo asesor “testimonial”. “Somos consultores”, repetía, enojado, en la previa a este fin de semana de revuelo, uno de los integrantes de esa mesa.

Pero si, en efecto, fue elección de Peña acordar los desplazamientos de sus vices, su primera opción jamás sería el ministro de Modernización Andrés Ibarra. Hombre de extrema confianza de Macri, quien es testigo de su casamiento, desde los tiempos de Socma y Boca; el virtual gerente de recursos humanos del Estado no tiene buena sintonía con Peña, quien le dio rienda suelta a Quintana para acorralarlo durante casi toda su gestión. Pero desde el viernes sus acciones para ejecutar el trabajo diario de auditor que hacían los vices cotizaron alto, mientras Modernización sonaba como otra de las carteras que sería confinada a rango de Secretaría de Estado.

“Con ministros con mayor peso, es inevitable que el poder absoluto que tenía ya no lo vuelva a tener. Pero se confunde el que piensa que en la consideración de Mauricio la opinión de Marcos no va a seguir siendo la más importante”, advertía un alto funcionario.

De todos modos, en el Gobierno tomaron nota que lo que sucedió en las últimas horas fue distinto a las internas del pasado. Ya no se trata de un ministro o dirigente de Cambiemos que plantea diferencias con Peña; esta vez hubo polarización. De un lado, el jefe de Gabinete y sus alfiles alineados detrás del secretario general Fernando de Andreis. Del otro, los que hasta el sábado no habían pisado la Quinta de Olivos en las horas más calientes: los “hermanitos”, como se los llama por lo bajo al jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y a la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal; el ala política liderada por el titular de la Cámara de Diputados Emilio Monzó; y la tropa radical, con el gobernador de Mendoza Alfredo Cornejo a la cabeza.

También sumó Peña en estas horas febriles el enojo de una aliada difícil, con la que tenía una relación oscilante: Elisa Carrió. La líder de la Coalición, que había encontrado una «buena sintonía» con Peña, ahora lo acusa de «entregar» a los vicejefes de Gabinete, a quien Carrió catalogó vía Twitter como «los mejores funcionarios».

En el medio, acaso porque debe oficiar de nexo con sectores opositores y se acostumbró a hacer equilibrio desde la disputa entre Peña y Monzó, aparece el ministro del Interior Rogelio Frigerio, que siempre diferenció al jefe de Gabinete del ataque feroz que, entendía, recibía de Quintana. Peña reconoce a Frigerio porque fue el único que puso la cara junto a él, en los peores momentos y a pesar de los tironeos.

Entre tantas quejas que escuchó Macri en las últimas horas, una fue inesperada: apuntaba a la estrategia de comunicación de Peña, acaso su especialidad. No le pidieron cambio de nombres. “No se trata de Jorge (Grecco, el secretario de Medios). El cumple órdenes y puede dar su opinión, pero no decide. El problema es Marcos”, fue el mensaje que se escuchó en Olivos. Un cambio en esa área sería el último golpe que a Peña le queda por recibir.

 

 

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